En su novela “El cielo es azul, la tierra blanca”, H.
Kawakami nos ofrece un final que nos lleva a la reflexión: el maestro ha
muerto, y Tsukiko ha recibido en herencia su maletín, aquel que el maestro
llevaba en la mano durante todas sus citas.
El maestro
me dio su maletín. Lo dejó escrito en su testamento. […]
Dejé el
maletín junto al tocador. De vez en cuando voy a la taberna de Satoru, pero no
tanto como antes. Satoru no me dice nada. […]
Suelo
llamarlo en voz baja: “¡Maestro!”. De vez en cuando, oigo su voz que me
responde desde algún lugar del cielo: “¡Tsukiko!” […] En noches como ésta, abro
el maletín del maestro. En su interior no hay nada, sólo un vacío que se
extiende. Un enorme espacio vacío que
crece sin parar.
El maletín es su herencia. No lo utiliza, está vacío, y sin
embargo sigue ahí: recordándole el pasado, la persona perdida, la vida ya
vivida. Abrumándola.
La maleta puede estar vacía, sí, pero en las noches de
melancolía en que Tsukiko acude a ella, se llena de repente. Dentro están los
recuerdos, dentro está el maestro. Para los demás sigue estando vacía, pero
para ella, en ese instante, no puede estar más llena, aun siendo de espacio vacío que crece sin parar.
G. Rieke, Suitcase wall |
De la misma forma es posible para nosotros entender el
patrimonio. Elementos abstractos o
materiales, herencias del pasado, vacíos posiblemente a los ojos ajenos que
miran desde la óptica equivocada; pero repletos, rebosantes para quien los
contempla adecuadamente.
¿No es posible, entonces, entender el hecho patrimonial como
un sinfín de maletas vacías, del mismo modo que el maletín del maestro? Si
miramos con los ojos de Tsukiko, las maletas se llenan. Porque no es el objeto
en sí, sino cómo lo miramos, cómo lo valoramos, qué significa para nosotros, lo
que lo convierte en patrimonio.
Para otros pueden ser maletas vacías; pero, para nosotros,
están colmadas de significado.
García Vahí, Pablo
Rey Romero, Marta
Torres García, Ana
GRUPO 4
No hay comentarios:
Publicar un comentario