martes, 22 de octubre de 2013

Maletas vacías

En su novela “El cielo es azul, la tierra blanca”, H. Kawakami nos ofrece un final que nos lleva a la reflexión: el maestro ha muerto, y Tsukiko ha recibido en herencia su maletín, aquel que el maestro llevaba en la mano durante todas sus citas.


El maestro me dio su maletín. Lo dejó escrito en su testamento. […]

Dejé el maletín junto al tocador. De vez en cuando voy a la taberna de Satoru, pero no tanto como antes. Satoru no me dice nada. […]

Suelo llamarlo en voz baja: “¡Maestro!”. De vez en cuando, oigo su voz que me responde desde algún lugar del cielo: “¡Tsukiko!” […] En noches como ésta, abro el maletín del maestro. En su interior no hay nada, sólo un vacío que se extiende.  Un enorme espacio vacío que crece sin parar.



El maletín es su herencia. No lo utiliza, está vacío, y sin embargo sigue ahí: recordándole el pasado, la persona perdida, la vida ya vivida. Abrumándola.

La maleta puede estar vacía, sí, pero en las noches de melancolía en que Tsukiko acude a ella, se llena de repente. Dentro están los recuerdos, dentro está el maestro. Para los demás sigue estando vacía, pero para ella, en ese instante, no puede estar más llena, aun siendo de espacio vacío que crece sin parar.


G. Rieke, Suitcase wall



De la misma forma es posible para nosotros entender el patrimonio. Elementos abstractos o materiales, herencias del pasado, vacíos posiblemente a los ojos ajenos que miran desde la óptica equivocada; pero repletos, rebosantes para quien los contempla adecuadamente.

¿No es posible, entonces, entender el hecho patrimonial como un sinfín de maletas vacías, del mismo modo que el maletín del maestro? Si miramos con los ojos de Tsukiko, las maletas se llenan. Porque no es el objeto en sí, sino cómo lo miramos, cómo lo valoramos, qué significa para nosotros, lo que lo convierte en patrimonio.


Para otros pueden ser maletas vacías; pero, para nosotros, están colmadas de significado.



García Vahí, Pablo
Rey Romero, Marta
Torres García, Ana
GRUPO 4

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